Cuando uno vive con su mami en un precioso piso en Alginet, se puede decir que lo tiene todo: la vida le sonríe. La nevera se llena, el suelo está limpio y no es necesario conocer el funcionamiento de ningún electrodoméstico, salvo quizás el horno para hacer pizzas. Sin embargo, y como muchos de vosotros ya sabréis, he sido arrancado de mi lecho valenciano, y con ello de mis estándares de vida anteriores, caracterizados por la limpieza y la buena nutrición (tampoco, pero si viérais esto fliparíais). No sé ni como clasificar los detalles de mi nuevo estilo de vida, porque incluso mi cerebro se ha vuelto un tanto white trash. Lo intentaré:

· Mi casa: Se encuentra en un área completamente residencial, del palo La Cañada o los típicos barrios americanos de casas y jardines, sólo que en versión preciosa. Sin embargo, no es precisamente una casa, sino una fábrica rehabilitada ubicada en el polígono industrial. Mi casero es un hombre de entre 80 y 200 años con una pared llena de relojes de cuco que huele un poco raro y está todo el día borracho. En la escalera de entrada a la casa hay águilas disecadas, pieles de buey, un puzzle enmarcado de Luís I de Baviera y demás utensilios para hacer la llegada más agradable. Hace dos semanas adopté a un italiano que no tenía sitio donde caerse muerto, pero al final ha tenido suerte y ha encontrado un cobertizo por 400 euros al mes.
· La higiene: En Alemania, la basura se separa mazo, y espero que reciclen todo a saco, porque de lo contrario lo único que consiguen es que tenga siete putas bolsas de basura en mi casa, ninguna llena para poder tirarla. El otro día saqué la orgánica y salieron como 90 moscas y un fuerte hedor a vino rancio (no había vino en la basura). Tenían como un nido al fondo del cubo, que exterminé con quitamanchas. Para colmo, mi casero no tiene cubo para la basura orgánica, así que de noche voy y la tiro en el cubo del vecino. En otro orden de cosas, toda mi ropa de cama tenía unos lamparones que ríase usted de las caras de Bélmez, y tras lavarla creo que sigue teniendo algún parásito, porque he contado unas 22 picaduras de algo sólo en mis brazos.
· La comida: Cualquier idea preestablecida que podáis tener antes de iros de Erasmus sobre lo que comeréis fuera, cualquier atisbo de posible receta...borradla de vuestra mente. Ya. En Alemania, por ejemplo, es imposible conseguir frutas o verduras que tengan sabor o estén jugosas. Mi dieta, pues, se basa en sopas de sobre, huevos, tortillas, nuggets, manzanas y sándwiches de nocilla. Estoy incluso dejando la cocacola, sólo para ahorrar.
Y es que el dinero aqui se quema rápido, sobre todo cuando sales 7 días a la semana (sólo lo hice la primera semana, pero dios mío, vaya golpe económico), y acabas colándote en el metro y bajándote cuando suben revisores. Lo mejor de vivir así? Ahora sí me siento identificado con las canciones de nofx. enfin, me voy a hacerme una sopa de sobre. un abracito.


Si me pusiera a contar todo el dinero que me he gastado en entradas de conciertos de 5€, quizás con éste podría haberme comprado una Playstation 3. Y gracias a Dios, elegí la opción correcta: fui a todos esos conciertos, donde aprendí cosas de la vida, la muerte y el punk rock que ni siquiera Beakman pudo enseñarme. Cosas totalmente inútiles fuera de un concierto, como por ejemplo, cómo ser el más guay. Lo jodido es que a medida creces, tu perspectiva de ser guay cambia radicalmente y a cada etapa que pasas te arrepientes más de haber estado siquiera en la anterior y eres más nazi. Por eso os voy ahorrar el avergonzaros de vosotros mismos, simplemente tenéis que no seguir esta timeline:
· El nuevo. A los conciertos de 5€ siempre va la misma gente. Siempre. Conocidos y amigos de conocidos. Te darás cuenta cuando vayas a un concierto solo y veas que eres el único, porque todos los demás se conocen y llegan y se van juntos (incluyendo al grupo que toca). Estás increíblemente fascinado ante lo guay que es toda esta gente y cuantísimo te gustaría ser su amigo, pero rápidamente te das cuenta de que es imposible porque no llevas la indumentaria apropiada y para ellos ni siquiera existes. Obviamente si eres tía esto no se aplica porque se van a rifar tu coño. Esta última frase podría estar en todas mis entradas por cierto.
· El niño que se pega. Una vez hayas quitado la nieve del porche y cortado el césped de la señora McCallister, ya te habrás agenciado ropa parecida a la de la gente que viste en el concierto. Me gustaría recalcar el parecida, porque en realidad no tienes ni puta idea de estilo y crees que con ir de negro ya basta para ser guay. Pero no. No obstante, nada te detiene, has olido algo del mundillo y eso te lo tendrán que arrebatar de tus frías y muertas manos. Ahora, cuando vas a los conciertos, tu camiseta de Green Day funciona como armadura contra tu vergüenza inicial y contra los codazos y chorritones de sudor que suelten otros nenes como tú. Cuando ves un nuevo, te enorgulleces de haber abandonado su estamento.
· El guay de la primera fila. Tras meses (quizás años) de codazos y flato, el espíritu santo se te ha aparecido y te ha hecho comprender lo ridículos que suelen ser los pogos o moshes (lo mismo, sólo que en estos últimos la gente canaliza toda su rabia y tristeza interior en pegar puñetazos al aire y ocasionalmente, a alguien que pasa por ahí). Tú ya no haces eso, no. Eso lo hacen los niños que se pegan, esos tan molestos ante los que no dudas en mirar con mala cara y chasquear la lengua desde la primera fila cuando se tropiecen contigo. Tú no estás por eso. Tú estás ahí para escuchar la música. O eso dices, aunque de esto último no tengas ni puta idea.
· El flipao pedante. Has ido a decenas, si no cientos, de conciertos. Puedes recordar la primera vez que Avenues and Silhouettes tocaron en Valencia, y los debuts de muchos grupos que todavía no te explicas como pudieron llegar a comerse una mierda. Eras el nuevo. Ahora conoces a todo el mundo (excepto a los nuevos y los niños que se pegan). Pero tienes una serie de inconvenientes: odias a todo aquél que esté en un escalón inferior a ti y ahora que sabes (algo) de música, cruzarte de brazos en primera fila te da más ganas de vomitar que los codazos que te daban cuando te pegabas. No te queda más que quedarte en tu casa despotricando contra los grupos de 5€ en tu blog mientras escuchas los de otros países que nunca tocarán aquí y rechazando todas las invitaciones a conciertos que te lleguen. En definitiva, no se te ha pasado la tontería, sino que tu altanería ha vencido una vez más.
Me pregunto si hay después del último escalón que he escrito. Mientras tanto, un abrazo a todos, en especial a todos los amigos que conocí en conciertos y a los grupos que hicieron esto posible.



Copyright dos mil trece, tu madre sobre mí se mece | El template lo hicieron unos tal GeckoandFly y luego lo trastocaron los de Blogcrowds.
Como te copies algo agárrate los machos, campeón. y lo diré en inglés: no part of the content or the blog may be reproduced without prior written permission.