Para no perder el ritmo y empezar definitivamente la segunda temporada de El efecto mariposcar (la cual va a tener más gracia que las últimas 3 de Cómo conocí a vuestra madre juntas), hoy vengo a contaros algo que creí que nunca confesaría. Mi psicólogo afirma que me sentiré mejor si os cuento... las veces que me he sentido sexualmente atacado en metrovalencia:

El abuelo picarón: Una vez, volviendo de fiesta a eso de las 5 de la mañana, iba sentado solo y medio dormido, practicando el hobbie de cualquier usuario de metro a quien se le han acabado las pilas del mp3: mirar a izquierda y derecha en intervalos de diez segundos. En uno de estos momentos, un hasta ese momento agradable abuelete que se encontraba a 3 bancos a mi izquierda me hizo gesto de que me acercara con la mano. Me giré instantáneamente hacia la derecha, fingiendo no haber visto nada. Pero la curiosidad mató al gato, y volví a mirar. El abuelo se encontraba un banco más cerca, repitiendo el gesto. Después de hacer esto dos veces más, acabó enfrente mía, lamiéndose los labios y mirándome con una lascivia que haría estremecerse a Torbe. Al final, se bajó en Torrent, pero mientras se levantaba me dijo: ¿te vienes? A lo cual dije: no. El cabrón todavía me respondió: tú te lo pierdes.

Tendría que haber bajado y atracarle.

La mujer barbuda: El otro día, mientras iba leyendo y escuchando música, una chica muy simpática (gorda) se me sentó al lado. Me empezó a rozar el muslo con la mano en un intento de disimulo que quedó en tragedia. Yo me di cuenta al instante, pero dejé mi vista fija en el libro, esperando a que parara. Entonces me tocó el brazo, a lo que ya me quité los cascos y me preguntó si me había dolido el tatuaje. Le dije que no porque es una respuesta mas defensiva que sí, y mientras me volvía a poner los cascos me rayó otra vez diciéndome que se quería tatuar. Entonces, antes de bajarse, me empezó a tocar el pelo y me llamó GUAPO. Yo, estupefacto, respondí: ¡¿qué?! a lo que me volvió a decir: ERES MUY GUAPO. Se bajó y hasta el momento, por fortuna, no sé nada de ella.

El buen entendedor: El año pasado, un día decidí ponerme una camisa a cuadros de todos los colores posibles, muy payaso micolor. Mientras iba en el metro de Facultats, un chico se me puso detrás de la espalda, prácticamente rozando cebolleta. Entonces, empecé a pensar que igual era gay y estaba restregándose a saco, pero me pareció una idea tan bizarra que la deseché y me reí. El chaval debió malentender esto, porque entonces apretó más su pubis contra mi culete. Para deshacer el entuerto, me fui a la otra punta del metro, y el chaval me siguió a seguir restregándose. Sí, también me puse de cara, y entonces ponía sus labios peligrosamente cerca de los míos.

La madurita interesante: También en el metro de Facultats, mientras miraba las caras de la gente contante y sonante del metro, vi a una madre. En el momento en que nuestras miradas se cruzaron, me lanzó un beso y me guiñó el ojo. Sin creerme la situación y abordado por la awkwardness, aparté la mirada. A los 15 segundos volví a mirar, y la mujer repitió el gesto. Gracias a Dios, acto seguido siguió repitiendo el gesto contra el suelo, y me di cuenta de que esa pobre mujer tenía un tic.

espero no tener que escribir más entradas como estas :(


En los últimos años, una palabra se transmitió directamente de las bocas de nuestras abuelas a las nuestras, saltándose una generación (como la calvicie o los mellizos, quizás peor que ambas juntas): la modernor. En este mundo donde todo dios es más o menos moderno, hay una subespecie que me irrita especialmente: las pseudofotógrafas.

Todos conocemos a alguna. De hecho, todos conocemos a al menos cinco. Son chicas (los chicos aprenden a tocar la guitarra) de entre 16 y 23 años que tras entender que algunas imágenes de la vida cotidiana son demasiado sublimes para que los demás las apreciemos (no hay nada más bello que las converse de tus amigos), decidieron comprarse una cámara para plasmar todo aquello que tenían que enseñar al mundo.

La mayoría quiere una reflex, que es básicamente una cámara cara que puede enfocarse manualmente, aunque la mayoría de veces la disparan en automático (cosa que, por si alguien no me sigue, es contrario a necesitar una reflex). Sus padres, todavía decepcionados con su hijo varón, que sólo sabe tocar Smells like teen spirit con el kit de guitarra y ampli que le regalaron hace dos navidades, quizás rechacen comprársela y nuestra pobre amiga termine con una cámara digital normal y corriente (por suerte o por desgracia, esto no la frenará: ser mala fotógrafa no es inherente a su clase), o quizás acepten una vez más ser los inocentes mecenas de la creatividad adolescente de sus hijos.

Cuando tenga su finura tecnológica entre manos, hará una foto al espejo. Después irá a hacer fotos a su jardín (terraza, en caso de que no tenga), a las amigas que se ofrezcan (y se dejen pintar mucho los morros) y al lugar donde se esconda para llorar. Una vez esté en casa con la tarjeta de memoria rebosante de arte, entra en juego el verdadero proceso creativo; lo más importante de toda actividad fotográfica. El PHOTOSHOP.

Aunque muchas dirán que no lo usan (mentira) y/o que no saben usarlo (verdad), no despreciemos sus conocimientos. Con lo poco que les han enseñado sus nuevas amigas del flickr, pueden convertir una foto tan mediocre como esta en una visión personal de la necesidad de vencer la vergüenza como esta o incluso en toda una revelación escrita en helvetica como la que encabeza esta entrada.

Ya concluido el proceso, las suben a la red social de turno y etiquetan a todos sus superamigos para celebrar juntos una vez más el arte y la belleza que son invisibles a los ojos. Cuatro o cinco meses después, hará eventos de tuenti donde ofrecerá sus fotoservicios a cambio de dinero, que sólo obtendrá de personas sin dinero para comprarse una reflex y hacerse las fotos ellos mismos. Con suerte, se aburrirá de toda esta mierda a los pocos años y sin ella, poco a poco se merecerá el título de "fotógrafa" que lleva poniendo en sus fotos desde sus inicios en 2004, aunque la gente solo la llame para que haga fotos mientras ellos se pegan la fiesta. Una muestra más de que nuestra sociedad usa cada vez más los ojos y menos el criterio. un abrazo.



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